El once de enero de dos mil trece te aseguré que iría a
verte. Pero no fui. No cumplí esa promesa. Y ahora ya es tarde. Ahora ya no
puedo decirte lo mucho que lo siento y las tremendas ganas que tengo de verte.
Ya no puedo decirte que lo que más deseo es que me abraces, me sonrías y me
hables. Ya es tarde… y no podré ver tus ojos brillando nunca más. Ya no podré
observar cómo te ríes; sólo podré escuchar palabras tratando de animarme, de
hacer que me olvide de ti.
Pero yo quiero que vuelvas. Quiero que me des paseos por
Sevilla y que me regales tus collares. Quiero que me cuentes las mismas
historias de siempre y que las exageres como siempre hacías. Quiero que me
cantes y me cuentes chistes verdes. Te quiero a ti, sólo a ti, con tus virtudes
y tus defectos, con tu voz y tus pelos de loca; te quiero aquí, ahora, a mi
lado, y que me digas que soy feísima como mi padre y sin embargo la niña más
bonita de Andalucía.
Eso es lo que yo quiero, sí. Y cada vez que mire una foto
tuya sólo podré pensar en que te fallé. No cumplí mi promesa. Ese remordimiento
me perseguirá siempre, pero lo único que me consuela es saber que lo último que
te dije es que te quiero. No te haces una idea de lo muchísimo que te quiero.
Sólo espero que allá donde estés ahora mismo, con tu cabellera
despeinada y tu sonrisa picante, seas feliz. Es lo único que necesito saber.
Prométeme que eres feliz.