Una simple mirada, un simple suspiro. Un pestañeo y una sonrisa. Sabe perfectamente cómo mantenerme nerviosa. Sabe perfectamente cómo sacarme de mis casillas, enfadarme o hacerme reír. Sabe perfectamente cómo sacarme una sonrisa en un día oscuro y gris.
Sabe qué regalarme, qué decirme y cómo picarme. Una simple mirada hace que mi cuerpo se estremezca, que mi corazón palpite y las larvas se conviertan en mariposas en mi estómago en menos de un simple suspiro. Como se ríe y como se enfada. Me gusta mirarle a los ojos y que le brillen cada día más. Me gusta saber cada cuanto tiempo necesita pestañear, y me gusta saber cada cuánto tiempo se humedece los labios.
Sabe cómo tratarme. Todo esto y sin embargo ni si quiera se fija en mi. Claro que la edad tiene sus diferencias, y que hay más personas en ambos caminos. Ni si quiera se da cuenta de que cada vez que le miro mis labios quieren pronunciar su nombre, que mis mejillas se sonrojan cuando me mira, cuando me sonríe, cuando me dirije la palabra.
Tantos y tantos años llevamos conociéndonos, viviendo aventuras, compartiendo experiencias y risas, entre unos y otros.
Y ahora me doy cuenta de que tal vez esté más cerca de él, que cada vez que se esconde la luna y brilla el sol estoy a un paso más de poder abrazarle, tocarle y sentirle.
Y ahora me doy cuenta de que cada vez que me hago un poco más mayor le quiero aún más.
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